El sufrimiento en el ser humano es universal, forma parte de estar vivo.
El ser humano intenta evitar el dolor, es una respuesta automática de supervivencia, pero el ser humano ha desarrollado un cerebro muy complejo y necesita ver que su vida tiene sentido, un sentido único para cada uno.
Esta evitación del dolor proporciona un dolor mayor al impedirnos hacer aquello que necesitamos y sentimos para recorrer nuestro camino, en el que siempre habrá momentos dolorosos.
Otra circunstancia del ser humano es estar dotado de un lenguaje, un sistema de símbolos que evoca significados. El lenguaje es evidente que es una enorme ventaja evolutiva, pero también tiene un problema. Una sola palabra puede evocar acontecimientos y situaciones como si fueran reales para nosotros, es decir, los tomamos al “pie de la letra”.
Lo que pensamos son solo palabras y pueden provocarnos dolor e incluso meternos en un problema que nos impida ser felices, aunque hieran, son palabras. Un pensamiento puede crear una espiral de anticipaciones y sus consecuencias, de culpa y miedo, de desvalorización de uno mismo, que solo existen en nuestra mente, sin que nada de ello sea real, aunque lo sintamos como si lo fuera. Esto tiene el nombre de “fusión cognitiva”.
Las evaluaciones que hacemos modelan para nosotros un acontecimiento, pero el acontecimiento no tiene nada que ver con nuestra interpretación de este. Sentimos lo que sucede de determinada forma por las etiquetas que adjudicamos al acontecimiento.
La mente crea dolor al evocar en el presente lo ocurrido en el pasado y además predecir que ocurrirá en el futuro. También nos evaluamos a nosotros mismos y lo que nos decimos nos lo creemos.
Por ello las evaluaciones, anticipaciones predictivas, rumiaciones para entender el pasado y autoevaluaciones, son fuentes de dolor que nos adjudican las palabras que nosotros mismos formamos con nuestro pensamiento.
Podemos salir de este sufrimiento practicando dos estrategias:
- Defusión cognitiva. Observar los pensamientos como meros pensamientos y quitarles el valor de significado que les damos. Aprender a describir y dejar de evaluar. Desprenderse de la atadura del autoconcepto y abrirse a cualquier posibilidad.
- Dejar de evitar el sufrimiento y estar dispuesto a tenerlo, a intentarlo, para hacer lo que sientes y necesitas que tienes que hacer. Ser en definitiva flexible y abierto a la experiencia. Aceptar lo que siento.
Ahora se trata de elegir la dirección a la que queremos ir. Tener una dirección, tiene resultado desde el momento en que inicias el camino, eso ya es tener el poder, porque es la dirección lo que tiene valor, no el futuro, que no existe. Es vivir conforme a lo que valoro en cada momento de mi vida.
La vida tiene valor por si misma cuando tiene sentido, cuando podemos compartirla con quién queremos si forma parte de lo que valoramos, cuando actuamos sirviendo a nuestros valores.
Esta es la base de la Terapia de Aceptación y Compromiso, con principios conductuales y filosóficos, que ayuda a solucionar problemas psicológicos y emocionales o bien es una guía para el crecimiento personal y la felicidad.