La depresión desde la psicología moderna es considerada un problema vital o existencial, una situación en la que uno se encuentra atrapado por las experiencias de la vida. Esta es la explicación más actual basada en los modelos contextuales de psicología.
En la depresión aparecen unos síntomas cognitivos, como pensamientos negativos sobre uno mismo, el mundo y el futuro, de incompetencia y baja autoestima y un constante dar vueltas a lo que ocurre y la propia incapacidad que llamamos rumiación.
Síntomas conductuales, como llanto, lentitud o agitación, inhibición, evitación, dificultad de comunicación.
Síntomas afectivos, tristeza, desesperanza, rencor, culpa, vergüenza, fracaso, irritabilidad, aburrimiento, afecto aplanado.
Síntomas somáticos, pérdida de interés y placer, apatía, abulia o falta de energía.
Es la señal de cómo le van a uno las cosas en la vida y de como responde a las circunstancias que nos afectan, lo que hace y lo que deja de hacer ante los cambios vitales y pérdidas que experimentamos.
La depresión surge de la desesperación de estar estancado en la indecisión a la que nos conducen las situaciones que estamos viviendo y que con nuestra forma de afrontarlas crean este bucle de desesperanza, donde toda salida parece imposible.
Se origina por experiencias que nos ocurren y como actuamos ante ellas que nos hacen entrar en un contexto de pocos alicientes y un exceso de inconvenientes con lo que el malestar aumenta y comienzan las conductas evitativas para precisamente no sentir este malestar.
La evitación de lo que antes era gratificante o útil y ahora cuesta por falta de energía o de sentido nos impide salir de la situación depresiva y la va haciendo más profunda aumentando la rumiación sobre nuestra incapacidad para hacer lo que sabemos que tenemos que hacer o lo que es agradable, nos sienta bien y nos abre a los demás y al mundo. Se fortalece así la situación depresiva y crece aún más la desesperanza.
Hay muchos otros modelos psicológicos para explicar la depresión, en mi opinión complementarios y que podrían explicar diferentes aspectos de este problema:
Teoría del refuerzo. Foster. Depresión como reducción generalizada de tasas de respuesta a estímulos externos, lo que dificulta el refuerzo positivo o gratificante y conductas de evitación o refuerzo negativo para escapar del malestar. Esto provoca desarrollar repertorios de conductas adaptativas y repertorios de observación limitados que distorsionan la realidad y nos conducen a la baja autoestima y desesperanza.
Teoría del autocontrol. Rehm. Déficits en los procesos de autoobservación, autoevaluación y autorreforzamiento que se adquieren en la socialización e impiden la adaptación a las circunstancias cambiantes del entorno.
El Déficit de autoobservación hace que se preste más atención a los acontecimientos negativos y a las consecuencias inmediatas de la conducta, en vez de al largo plazo.
Déficits de autoevaluación se debe a estándares propios muy exigentes y difíciles de alcanzar que hace que nos evaluemos negativamente.
Déficits de autorreforzamiento que conlleva la escasa administración de recompensas a uno mismo y un aumento de los castigos.
Estos déficits se convierten en características estables de la persona creando problemas de adaptación en todas o la mayoría de las áreas de la vida y esta dificultad acaba sumiendo a la persona en una situación de empobrecimiento vital que originaría la depresión.
Teoría de la desesperanza aprendida. Seligman. Percepción de falta de contingencia o sentido entre conductas y consecuencias aprendido por experiencias de fracaso. El mundo se vuelve incontrolable y lo atribuimos a factores internos, descalificándonos de forma global y estable.
Se forma el estilo atribucional depresógeno que atribuye los sucesos negativos a factores internos, estables y globales. “No podré hacer nada para afrontar con éxito las situaciones que la vida me plantea”. Aparece la desesperanza y la parálisis vital que sería la depresión.
Modelo Cognitivo. Beck. Experiencias en la vida crean en la persona un sesgo a la hora de procesar la información sobre experiencias más o menos dolorosas en la vida. Se valoran en exceso los acontecimientos negativos y son vistos como globales, frecuentes e irreversibles.
Se forman los esquemas o patrones cognitivos, en este caso disfuncionales, que captan solo la información negativa que confirma las creencias mediante los pensamientos automáticos ante las situaciones y que contienen errores de procesamiento o distorsiones cognitivas. Percibimos por tanto lo que nos pasa con esquemas negativos sobre nosotros, la realidad y el mundo. Acabamos obsesionados con los aspectos negativos, exagerando la adversidad y minusvalorándonos para hacerle frente. Así ante un acontecimiento estresante no encontramos la forma eficaz para afrontarlo y la situación empeora, lo que nos conduce a la rumiación y al bucle de desesperanza depresiva.
Modelo de autofocalización. Nolen. El excesivo centramiento en uno mismo interfiere con una buena adaptación al entorno. Perdemos información sobre lo que ocurre y rumiamos en exceso sobre los porqués, entrando en un bucle de incapacitación para resolver lo que nos atañe.
La rumiación potencia las interpretaciones negativas y en consecuencia el afecto negativo, disminuyendo nuestra implicación en acciones útiles al interferir con una buena solución de los problemas. Nos aleja también de las relaciones con los demás, muchas veces por el rechazo que produce la constante autorreferencia a los problemas de uno mismo.
Teoría de solución de problemas. Nezu. Los problemas y los déficits en habilidades para solucionarlos son un factor de vulnerabilidad para la depresión. Los acontecimientos vitales son estresores y requieren una respuesta. El déficit para dar una respuesta satisfactoria al problema conduce a una reducción del refuerzo positivo, aumenta el estrés que ya teníamos y reduce la motivación para buscar la solución.
Hay estilos de solución de problemas poco adaptativos o eficaces que suelen agravar lo que ocurre. El estilo evitativo, tendente a aplazar la búsqueda de soluciones, y el estilo impulsivo que consiste en hacer lo primero que se nos ocurre sin pensar en las consecuencias.
El estilo racional es el que considera los problemas como un reto a afrontar y buscar soluciones y conduce a un resultado satisfactorio resolviendo el problema y reduciendo el malestar emocional. Estas soluciones satisfactorias aumentan la adaptación de la persona a su entorno y motivan para buscar soluciones a nuevas situaciones, aumentando la autoestima y la eficacia de la persona y previniendo la desesperanza.
Todos los modelos complementan la comprensión de lo que es la depresión, entendiéndola no como una enfermedad, si no como una situación vital en la que la persona se ve enredada y de la que por supuesto puede salir como veremos con los diferentes tratamientos psicológicos que funcionan eficazmente para este problema existencial.